Se les olvidó dibujar la sonrisa que escondían entre sus labios, alterados como estaban por la ocasión especial. El maestro la esbozó picarona, medio de lado. El retratista pasó por alto recordarles que mirasen a la cámara sonrientes y contentos, tanto como lo estaban minutos antes mientras realizaban los preparativos para la fotografía, tanto como lo estaban siempre que acudían a la Escuela. Fogonazo et voilà, atrapado el mismo instante en el que todos con no poco desconcierto miraban a la mágica caja. Dieciocho pares de ojos que no pestañearon. Para algunos su primer fotografía, puede incluso que la única de su infancia. Para todos un tesoro, una perla a guardar en un baúl junto a los recuerdos dormidos, la fragancia de los membrillos y el calor de las sábanas de retor.
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El Retratista